20 de diciembre de 2011

Mi hermano siamés

Quienes tenemos la afición (la necesidad, más bien) de escribir, siempre andamos oído avizor a ver qué historias podemos robar, adoptándolas y amamantándolas como propias.
Somos piratas de ideas, especuladores de historias, secuestradores de inspiración o vulgares ladrones de experiencias ajenas, si lo preferís.
A veces me siento como si fuera un asesor del FMI, apropiándome de lo que no es mío y utlizándolo en mi propio beneficio.
Pero sólo a veces, que quede claro; la mayor parte de las noches duermo a pierna suelta y sin problemas de conciencia, igual que los asesores del FMI porque, queridos niños inocentes que me leéis, aunque la literatura y el cine nos hayan dicho durante años que las personas malas tienen dificultad para conciliar el sueño, es una mentira cochina: para dormir mal hace falta tener conciencia y las personas malas de eso andan muy escasas.

Retomando el motivo que nos ha reunido hoy aquí, he de decir que en este caso no se trata de una historia robada, sino de una contada a propósito, cedida a la prensa (o sea, a servidora) para su oportuna manipulación.
El protagonista de la historia era camarero de un bar, igual que yo lo fui; vasco como yo, aunque él un poco más, admitámoslo, del Atlético de Madrid como yo, y aficionado al bricolaje como yo.
O sea, una especie de alma gemela pero con txapela.

Resulta que cuando mi hermano siamés se instaló internet en su casa, lo primero que puso a descargar en el emule fueron los capítulos de Bricomanía.
Ahí nos distinguimos mi hermano y yo, puesto que yo no tengo instalado el emule en el ordenador; es más, no tengo internet en casa; de hecho, no tengo ni ordenador; y si me seguís preguntando terminaré dando más pena que Camps hablando de su patrimonio.
Volviendo a mi hermano, el apasionado del bricolaje, he de decir que le admiro. Sólo un auténtico líder, un ser superior, un jedi, es capaz de utilizar internet para el bien, descargándose las temporadas completas de Bricomanía, algo útil, no como los demás, que nos lanzamos a descargar tetas y culos como si no hubiera mañana.
Como ya he dicho, mi hermano y yo somos siameses y a la hora de separarnos y hacer el reparto, queda claro cuál de los dos eligió ser inteligente y sensato y cuál de los dos eligió ser estúpido y hermoso.
Si queréis que os hagan una mesa a medida, preguntad por él; si buscáis tontás, sed bienvenidos: estáis en el mejor sitio.

La imagen que acompaña este artículo procede de esta página

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