30 de diciembre de 2011

El respeto como clave

Mientras escuchaba una canción en el coche, de camino al trabajo, I was a teenage anarchist, de Against Me, se me ha ido la cabeza al pasado, a mi lejana y nada anarquista adolescencia, época en la que, como a todo hijo de vecino, se me revolucionaron las hormonas y se me disparó la rebelina.
Pelos largos, camisetas de grupos de heavy, litronas, cigarrillos y algún que otro canuto, rodeado de esos amigos que yo pensaba que serían para siempre y que compartían conmigo las ganas de comerse el mundo, digerirlo, cambiarlo y hacerlo mucho mejor.
Como veis, la juventud siempre ha sido, fue y será ignorante; afortunadamente ignorante, diría yo.

A día de hoy, a millones de años luz de mi adolescencia rebelde, la rebeldía forma parte de mi carácter; me di cuenta de que mi mundo no era el que crecí: fui un proyecto de guerrero atrapado en el cuerpo de un niñato educado para pensar sólo en sí mismo. Por eso dejé de seguir el camino de baldosas amarillas que habían diseñado para mí, aunque ello me condujo a frustraciones, contradicciones y ansiedades, pero también me encaminó a la libertad, la independencia y la felicidad.
Aquellos de mis amigos adolescentes que compartían mi rebeldía y mis sueños, desaparecidos a día de hoy, comen con concejales o crean sociedades ficticias para que deportistas de élite puedan evadir impuestos de manera paralegal.
Ellos siguieron la senda que les correspondía por nacimiento.
No les critico, ya no; ellos son felices por su lado y yo por el mío.
Respeto; en eso consiste todo, ¿no?

La imagen que acompaña este artículo procede de esta página

No hay comentarios: