Madrid, Plaza de Cibeles, aproximadamente a las 20:00 horas.
Mientras una riada de ciudadanía indignada marcha hacia la Puerta del Sol para denunciar esta estafa a la que los especuladores llaman crisis, el Faraón Gallardón I (y esperemos que último), ordena a sus perros que custodien su pirámide, no vaya a ser que el pueblo se soliviante y le cante las cuarenta, que bien merecido se lo tendría, por otra parte.
Al contemplar la imagen de las medidas de protección tomadas, plenamente justificadas por la muchedumbre que, de modo amenazante se acercaba al cortijo del señorito (ironic mode on), no he podido evitar establecer un paralelismo mental con esos fascistas que se perpetúan en el poder gracias al apoyo de las armas, la represión y la propaganda.
No os dejéis engañar: cuando un político tiene tanto que temer a su propio pueblo, el sospechoso no es el pueblo, sino el político.
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