El revuelo (bueno, más bien, choteo y cachondeo generalizado) que se ha organizado a raíz de las declaraciones de David Bisbal sobre lo vacías que están las pirámides con las protestas de los últimos días, producto de consumo rápido disfrazado de cantante maullador y también filósofo, pensador y analista sesudo en los ratos que no está dando volteretas, me ha reconfortado con el género humano a través de las redes sociales.
Siempre he pensado que estas redes tienen muy poca utilidad real o, mejor dicho, tienen un gran potencial pero sólo se utilizan para las gilipolleces.
Debe ser algo inherente a la comunicación on-line; pese a la tremenda capacidad que tiene, la mayor parte se dedica al porno.
En fin.
En cualquier caso, la reacción de la gente me ha parecido maravillosa.
Es una de las grandes ventajas que tiene Internet: la libertad de expresión, siempre necesaria para un verdadero estado democrático (por eso es tan temida y perseguida por los dirigentes, que disfrutan más con el pensamiento único que nos ofrece, por ejemplo, Operación Triunfo).
Aquí podemos leer, ver y oír lo que de verdad se piensa sobre los artistas. Y que me perdonen éstos por incluir a Bisbal dentro del colectivo.
Si dependiera del criterio mundial, Bisbal se dedicaría a la recogida de la fruta o a cualquier otra actividad que le impidiera torturar al resto de los mortales con sus maullidos insufribles, del mismo modo que no volveríamos a ver en una película a la chillona de Pe, por citar sólo un ejemplo.
Desafortunadamente, no depende de la gente, por lo que mucho me temo que tendremos tortura para rato.
Al menos, mientras siga produciendo beneficios, que es lo único que produce, aparte de dolores de cabeza, claro está.
De todos modos, lo sucedido también demuestra otra vieja teoría.
No todo el mundo que tiene un micrófono a su disposición tiene algo que decir.
Y gracias a las redes sociales o, en este caso, por culpa de las redes sociales, determinados seres que sólo deberían abrir la boca para tomar aire, disponen de más herramientas para compartir sus opiniones con el resto del mundo.
Y recordemos que una opinión es como el agujero del culo: todo el mundo tiene uno y, a veces, le sirve para sacar la mierda fuera.
Como se ha podido comprobar en el caso del filósofo almeriense.
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