18 de enero de 2011

Mi vida bajo una seta

He vivido tanto tiempo debajo de una seta que terminé con complejo de gnomo y por eso tengo un gorro de color rojo, cómo no, y una barba que se me va encaneciendo con el paso del tiempo.
Mientras mis amigos iban completando su mapamundi de lugares visitados, a mí me bastaba con un plano del metro de Madrid... en el que, para más inri, quedaban la mayor parte de los sitios sin marcar.

Lo grande del caso es que siempre me consideré un tipo viajero y con ganas de conocer otros sitios; supongo que debí mirar en el interior de otro.
O tal vez, vivía tan engañado con respecto a mi propia identidad que no sabía quién era la persona que compartía almohada con mi cruda realidad.
Aunque una posible explicación, mucho más real, sería que la seta en la que vivía se me atragantó y, en vez de comerme la vida, se me indigestó un estofado de estupidez que me provocó unos delirios de bajeza que me duraron casi diez años.

Afortunadamente, encontré la salida durante una carga de artillería y en una lonja sin mar me iluminó el faro que me ayuda cada día, liberándome de las cadenas de mi propia tontería y mostrándome que el mundo es un lugar maravilloso por descubir, mucho más grande y sorprendente que el cuarto donde se encuentra el ordenador.

La imagen que acompaña el artículo está sacada de esta página

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