14 de junio de 2010

Extraños en un tren

He intentado mantenerme concentrado en la lectura de la novela que en estos días me ayuda a hacer más amenos estos trayectos de tren y metro en los que paso casi dos horas cada día, pero ha sido imposible.
Lo he intentado y no lo he conseguido.
La conversación de la pija (de las de pata negra, cuarenta y tantos, traje de chaqueta, bolso con ositos, gafas de sol de marca y acento moralejero a más no poder) se me ha metido en la cabeza y me he resignado a seguir mirando la misma página hasta alcanzar mi destino.

Contaba mi prima la celebración a la que había asistido el pasado fin de semana.
Una boda de no sé qué pariente en no sé qué sitio (ahí aún intentaba seguir con la lectura) en el que, por lo visto, es muy típico que el día de antes se personen todos los invitados, unos 300 o 400, en la casa de los novios para comer y beber, lo que en esos andurriales se conoce como "celebrar la pre-boda".
Uno de los que iban con la pija le ha preguntado lo mismo que me pasaba a mí por la cabeza: perdona, ¿has dicho que 300 o 400 personas se te meten en casa a celebrar una pre-boda?
"No, hombre, no, en casa no, en la parcela", ha respondido la pija, añadiendo que "se montan unas carpas, se contrata un catering y a correr".

Es que los pobres hacemos unas preguntas tan absurdas...
Dicen por ahí que la política hace extraños compañeros de cama.
La Renfe.
Ésa sí que hace extraños compañeros de viaje, que casi es peor.
Te lleva al país de las maravillas cada vez que te subes a ella.

No hay comentarios: