Darse un paseo por la línea 2 del metro de Madrid, en el que las carteras vuelan, es hacerlo por una de las zonas más peligrosas del planeta.
Aparte de la fauna habitual que se encuentra en el resto de líneas, a saber, pandilleros panchis con móvil polifónico y bachatero, armarios empotrados del este con mirada retadora, papitos cincuentones borrachos como cubas a las 4 de la tarde de un martes cualquiera, rumanas que aspiran al Oscar por su papel de sordomudas y, cómo no, macarras y chonis ibéricas que adoptan lo del móvil bachatero como idea y cultura propia, mostrando una vez más la facilidad con la que se nos pega la mierda en este país de ídem, la línea 2 durante el fin de semana es el paraíso del carterista.
Grupos de marroquíes y rumanos (maticemos, gentuza del este en general) son los que, en parejas o tríos, se dedican a buscar y provocar el descuido del resto de los ocupantes del vagón.
Los que somos de aquí hemos adquirido la triste costumbre de estar más pendientes de nuestros bolsillos y demás pertenencias que del itinerario.
En un trayecto normal uno se palpa el bulto de la cartera una media de quince veces por minuto, lamentable costumbre que hemos tenido que adaptar en vista del porcentaje creciente de gentuza con el que compartimos vagón.
Survival of the fittest, que ya decía Don Carlos.
La policía, por supuesto, no puede hacer nada, porque ya sabemos todos que las leyes de este maldito país no castigan el llamado hurto menor.
Bueno, ni el hurto mayor, como bien saben en la calle Génova.
Pero no nos desvíemos, que hoy nos referimos a otra clase de chorizos, que es la que más atenta contra nuestra cotidianeidad, la que nos genera más inseguridad y la que provoca que Madrid sea cada vez más una ciudad más deshumanizada en la que nadie ayuda a nadie por miedo a que sea un timo y nos levanten la cartera en el intento.
De los jueces, mejor no hablar, que se me llena el post de fascismo y hoy no me apetece.
De todos modos, ya sabemos que cada acción lleva aparejada una reacción de igual magnitud pero de sentido contrario.
Cuando el personal se canse de tanta gentuza, la reacción va a ser similar a la de los aldeanos que esperaban a la puerta del castillo del Doctor Frankenstein.
Y si no, al tiempo.
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