15 de marzo de 2010

Una de chorizos

Mientras aguardaba en el andén a que llegara mi tren, he podido leer un titular en ese vomitorio de propaganda fascista (acorde con la mano que les da de comer) llamado Canal Metro, que decía que la Policía había detenido a 24 georgianos miembros de una red mafiosa internacional.
Me ha venido a la cabeza de manera inevitable e inmediata la cantidad de mafiosos, mayoritariamente del este, que viven en el litoral levantino y andaluz y a los que, lejos de mirarlos sospechosamente, se les hace reverencias, la ola y lo que haga falta porque, "oye, pagan bien y además al contao, con lo que ganamos todos, porque a mí lo mismo me da cómo haya ganao el pollo éste el dinero... el parné es parné y no conoce de colores ni de ideologías y, si encima nos ahorramos la facturilla, pues mira, bien pa tós".

La mentalidad del chorizo ibérico de infantería, ése al que el diccionario llama pícaro, marida a la perfección con la del chorizo internacional de alto o bajo standing, porque ambos hablan el mismo idioma.
El resultado, sin embargo, es el acostumbrado.
Entre los chorizos con galones que manejan bancos, farmacéuticas y aseguradoras y los que no saben hacer la o con un canuto pero que roban igual de bien, los que estamos en el medio y que somos los que sacamos siempre las castañas del fuego, terminamos mirando a Pamplona un día sí y otro también.
Mierdapaís, coñio.

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