La última vez que no paré de reír ha sido esta misma tarde, cuando asistimos a esa magnífica obra llamada Garrick de esos maestros del humor que son Tricicle.
La hora y media de espectáculo sólo se puede describir con una sonrisa, como ellos mismos hacen en el cartel que promociona el show.
Pocas veces la publicidad se queda tan corta.
La sonrisa con la que uno sale del teatro no cabría en un cartel.
Con la elegancia por bandera y utilizando exclusivamente los gestos y unos pocos sonidos, Tricicle regalan 90 minutos de felicidad y un recuerdo imborrable y mágico.
Uno sabe que puede cerrar los ojos, hacer memoria y cualquiera de los fantásticos sketches le vuelven a provocar el mismo estado de ánimo que cuando los presenció: felicidad.
Nos rompimos las manos a aplaudir y no sólo por lo que vimos, sino también por ese breve, entrañable y genial recuerdo a sus más de 20 años de trayectoria.
Por eso también es de agradecer que hayan creado y supervisado una segunda compañía que pueda seguir interpretando sus espectáculos cuando ellos hayan colgado las botas, cosa que esperemos que suceda de aquí a muchos milenios.
Nuestros hijos sabrán valorar ese esfuerzo.
Sólo resta por añadir lo único que se les puede decir a estos tres genios.
Gracias.
Gracias.
Gracias.
De todo corazón.
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