12 de marzo de 2010

Un apunte sobre el carácter de los madrileños

Después de haberme metido entre pecho y espalda unos cuantos viajes, menos de los que me gustaría y más de los que hubiera imaginado hace tan sólo unos años, cuando aún no había conocido a mi guapa, que es el faro que me guía y me ayuda a ser yo mismo, me vino a la cabeza una reflexión sobre madrileños y no madrileños.

No seré yo quien vaya a defender los usos y costumbres del Foro, en ésa no me pillaréis.
Es más, tampoco pretendo sacar pecho porque nunca me ha ido eso de presumir por algo tan arbitrario como haber nacido en un sitio en vez de en otro.
Sin embargo, sí hay algo curioso en el carácter del madrileño que merece la pena destacar.

El madrileño acoge, no excluye.
Lo que nunca te preguntará un madrileño es de dónde eres.
En cambio, cuando salimos fuera del pueblo, nos encontramos con esa pregunta en más de un lugar.
No me refiero, por supuesto, a la curiosidad sana, nacida de la amabilidad y que puede formar parte de cualquier conversación entre dos personas que acaban de encontrarse.

Me refiero a ese otro tono, despectivo y acusador, como si uno no tuviera el mismo derecho que el lugareño a bañarse en esas playas por el simple y absurdo hecho de haber nacido en Madrid.
Sería igual de absurdo que si nosotros miráramos mal a quien acude a la Gran Vía a ver un espectáculo o a los que guardan cola a la puerta del Museo del Prado.
Debe ser que todavía han de pasar algunas generaciones más para olvidarnos de todo aquel estúpido centralismo fascista y terminarnos de sacudir este provincianismo barato que tanto mal nos ha hecho históricamente y que aún nos sigue dividiendo.

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