18 de marzo de 2010

Concursos de belleza permanentes

Ayer por la tarde, de camino al Metro (mi lugar favorito, junto con la ducha, para reflexionar sobre la vida en general y las tontás en particular), me vinieron a la mente los concursos de belleza y las preguntas que les hacen a las participantes para demostrar que no solamente son pellejo, silicona y huesos, sino que también son capaces de razonar como si de pulpos cocófilos se tratara.

Parto de la base de que los concursos de belleza deberían estar prohibidos por tres motivos fundamentales.
En primer lugar, por estúpidos. Nada hay más absurdo que el culto al cuerpo por razones meramente estéticas.
En segundo lugar, por machistas. La consideración de las mujeres como simples objetos de decoración en estos concursos suena tan medieval que dan ganas de vomitar.
En tercer lugar, por peligrosos. Todo esta divinización de la belleza genera una presión social tan brutal que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) terminan sufriendo anorexia, bulimia y otros trastornos psicológicos que se reflejan en la alimentación.

Hecha esta consideración, lo que se valora en un concurso de belleza no es la capacidad intelectual, sino única y exclusivamente la apariencia física, por lo que no entiendo lo de las preguntas.
Si estuviéramos realizando una selección para elegir a la futura directora de operaciones financieras en Oriente Medio, por ejemplo, entendería que las candidatas tuvieran que demostrar sus aptitudes y conocimientos, mientras que su aspecto no importaría un carajo.
O no debería importar un carajo, mejor dicho.
Porque la realidad, como casi siempre, va por otro lado mucho más siniestro y todos sabemos que incluso en la elección de la directora para operaciones financieras en Oriente Medio, el físico es tan importante o más que el resto de los méritos curriculares.

Para los hombres, la elección de Miss España sólo es un producto casposo de la caja estúpida que dura un fin de semana.
Para las mujeres, forma parte de su rutina diaria.

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