En el mundo de la música, como en tantos otros mucho más cercanos, la cantidad de palmeros chupópteros que rodean a los artistas es tal que es imposible que estos puedan llegar a tener cierta idea sobre lo que de verdad está pasando a su alrededor.
Ellos viven en un mundo de caramelo, algodón de azúcar y, muy frecuentemente, otras drogas mucho menos sanas, aislados de la realidad por su propia inseguridad, su ego desmedido y su incapacidad para establecer relaciones personales con gente común, aderezado todo ello por la pléyade de sanguijuelas que les rodean en todo momento, creando un mundo de fantasía en el que ellos, siempre ellos, son el constante centro de atención y donde residen jóvenes y bellos por los siglos de los siglos desde hace innumerables años.
La realidad, como siempre suele suceder, es bien distinta.
Es triste comprobar cómo, por ejemplo, a Bob Dylan se le va la pinza (y el enlace ya tiene sus años, ojo), hasta el punto de que uno le prohibiría que tocara sus propias canciones.
Ya hace años que a Robert se le fue la cabeza, producto de tanta droga y tanto palmero, estoy seguro, culminando con la actuación ante el anterior Papa, toda una incongruencia para un judío protestón y descreído como era él.
Desde luego, si alguno de los coleópteros que pulula a su alrededor tuviera un mínimo de decencia, le sugeriría que ya es hora de descansar, que se lo ha ganado, que las historias que nos contó fueron casi todas maravillosas pero, lamentablemente, ya no le quedan más y que, por favor, no nos siga torturando con su más que mediocre realidad.
Es más que evidente, por otro lado, que no existe un claro relevo para todos estos grandes músicos pero eso no justifica que se sigan arrastrando por los escenarios.
Es más, no están agigantando su leyenda, como sus palmeros les susurran mientras les arropan cuidadosamente.
Lo que están haciendo es emborronar una trayectoria, dejando un vago recuerdo de lo que llegaron a ser, empañado por la triste realidad de lo que hoy apenas significan.
Y mientras tanto, los palmeros les siguen liando los porros y preparando las rayitas, al son de "olé, maestro, hoy has vuelto a estar sembrao" y otras babosadas similares, trincando todo lo posible y más, exprimiendo al máximo al anciano pelele que aún tienen entre manos mientras otean el horizonte, como buitres hambrientos, en busca de sangre fresca a la que poder engatusar.
Y esto, rayita más, rayita menos, es lo que hay detrás de todo artista en el maravilloso mundo de la música.
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