10 de noviembre de 2008

Mañana sin falta

Es duro trabajar y estudiar al mismo tiempo.
Durante mi primera incursión universitaria también mantenía esta doble vida pero, claro, el trabajo consistía en servir copas los fines de semana.
Una para los clientes, una para mí.
Ahorrabas, salías, bebías, ponías la música que te salía de las narices y encima, ganabas pasta.

Ahora que ya no tengo edad de servir copas y, si me apuran, ni de que me las sirvan (con un sprite ya me apaño), compruebo que estudiar y trabajar es duro de cojones.
Y eso que, de momento, lo único que hago es ir a clase lo cual, por cierto, supone una novedad con respecto a mi primera etapa universitaria porque, hay cosas que nunca cambian, eso de estudiar al día, pues mira, como que no.

Pero claro, levántate todos los días a poner las calles a eso de las seis y diez, trasládate hasta el curro como buenamente puedas para pasar allí unas horitas y después, con la caraja que entra después de comer, arrástrate hasta la facultad para tomar unos apuntes que te suenan a chino en un 99%.

Por eso hoy, igual que el último día que tuve clase, he terminado en mi cama cuando debería haber estado asistiendo a clase de mandarín para principiantes.
Y lo grande del caso es que, hasta que no ha pasado media hora después de haberme despertado de la siesta, no he caído en la cuenta de que no estaba en la universidad.

Prometo enmendarme, de verdad.
En cuanto termine este documental, voy a clase, os lo juro por zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz... (ronquidos de oso polar en celo)

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