10 de octubre de 2008

La mala hostia madrileña

Como habréis adivinado, ya no vivo en Alicante.
En cuanto se leen un par de líneas, se nota que la mala hostia madrileña, lo que verdaderamente nos caracteriza, me ha vuelto a poseer.
Fueron un par de meses en los que casi me pude olvidar de ella pero, cinco minutos después de haber salido de la estación de Chamartín había regresado a su estado natural.
Nos puedes sacar de Madrid y puedes conseguir que dejemos la mala hostia de lado durante un tiempo pero, si nos devuelves a esta jungla, las cosas se recolocan a velocidad de vértigo.
Será una cuestión de supervivencia (lo de la mala hostia, digo) porque, desde luego, vida no es.

Lo curioso es que la mala hostia nos caracteriza sólo cuando vivimos en esta ciudad que, hace unos años no estaba mal pero que, hoy día, entre los que dictatorialmente “gobiernan” y los que roban a base de ladrillazos y recalificaciones, han convertido en un lugar en el que la calidad de vida es tan escasa como la utilidad de los títulos universitarios a la hora de buscar trabajo. Sin embargo, la mala hostia nos abandona, como si de un desodorante de los chinos se tratara, en cuanto nos alejamos de Madrid.

Es Madrid la que genera mala hostia, con sus prisas, su falta de educación y su nula calidad de vida.

Algún día todo este tinglado reventará y, como sucedía en Cazafantasmas, pseudópodos de mala hostia surgirán de las alcantarillas para destrozar la ciudad o, si existiera algo de justicia en esta perra vida, sólo para acabar con todos los hijos de puta que han convertido este pueblo que, hace unos años, no estaba mal, en el nido de mierda que es ahora.

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