9 de octubre de 2008

Buenas costumbres familiares

El pasado lunes, mi primer día de vuelta al cole, lo primero que hice nada más llegar a la facultad fue pasar por la cafetería, para poder comer un bocadillo de cualquier cosa (preferiblemente tortilla de patatas), aunque supongo que también fue para no perder las buenas costumbres.
Tardé dos años en encontrar la biblioteca de la facultad y otros dos en entrar.
Nunca aguanté más de 20 minutos seguidos allí dentro.
Buenas costumbres, como decía.

En cambio, acodado en la barra de la cafetería, en el rinconcito que llegó a convertirse en mi primer hogar, transcurrieron casi todos los minutos de mi vida universitaria.
Cuando llegué a la facultad, intentando reconocer unos pasillos irreconocibles, repasando mentalmente la cantidad de tiempo desperdiciado (o invertido, según se mire) en partidas de mus y conversaciones alrededor de un paquete de tabaco y una caja de tercios terminé, imagino que por aquello que llaman fuerza de la costumbre, acodado en el mismo rincón de la cafetería, frente al mismo camarero de siempre, recuperando esa sensación de familiaridad cuando uno vuelve a un lugar en el que ha pasado mucho tiempo.
No tuve esa sensación al entrar en la facultad. La tuve al entrar en la cafetería.
La familiaridad, a veces, es sorprendente.

El bocadillo de tortilla de patatas no me resulto nada familiar. Bueno, miento. Algo familiar sí que era. En su momento, la tortilla estaba más que aceptable pero el pan era una mierda. El pasado lunes, el pan estaba cojonudo y la tortilla fatal. Habrá quien piense que un 50% no está mal.
Eso lo dicen porque no probaron esa tortilla.
El bocadillo me lo sirvió el mismo camarero de siempre que me saluda con un "hombre, chaval, cuánto tiempo... ¿qué tal las vacaciones?" como si, en vez de ocho años, hiciera ocho semanas desde la última vez que nos vimos.
Vuelvo a casa, al rincón de la barra de mi facultad.

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