26 de septiembre de 2008

La caspa me persigue

Descorché el Don Simón de mi vida, envejecido en las mejores estanterías de roble del LIDL y dejé que los taninos se airearan pero se me resfrió el higadillo izquierdo.
Tejí la bufanda de la existencia con la lana esquilada a la oveja del insomnio y, cuando la terminé, lo único que conseguí fue un tapete de ganchillo de color morado que no me combina con la folklórica de porcelana que preside mi salón.

Sintonicé la televisión de plasma portátil que adquirí juntando los cupones que venían cada domingo con La Farola pero, al terminar la cartilla, descubrí que la parte superior del televisor no era lo suficientemente ancha para un toro en miniatura.
Entoné el "Pobre de mí" en la Semana Santa sevillana, corrí delante de los tomates en Bunyol, bailé un chotis en la Diada y le canté una saeta a un toro de Osborne en la calle Estafeta. Y no me sentí más español, afortunadamente, pero sí muy gilipollas.

Acusé a mis intestinos de su tremendo inconformismo, señalé a mi estómago como el principal responsable de la indigestión que me provocan mis escrúpulos cada vez que intento tragarlos y denuncié ante el Tribunal de La Haya a mi esfínter anal por acordarse cada mañana (a las ocho menos veinte, no falla, oye) de todos los hijos de puta que firmaron los convenios colectivos de mierda que rigen nuestras vidas laborales.
Me sorprendí recordando la práctica totalidad de la letra de una canción de OBK y concluí que, aunque intente aparentar lo contrario, la caspa también tiene una fuerte presencia en mi organismo.

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