1) La increíble cercanía de lo que, vulgarmente se conoce como "ensalada de hostias". Una palabra fuera de tono, un empujón con un poquito más de mala leche que la habitual, un pisotón o un roce con una mochila. Este tipo de filas son como la zona de los Balcanes: un polvorín a punto de estallar.
2) La absoluta certeza de que, al final de la cola, donde termina el sendero de baldosas amarillas, bajo el arco iris, más allá del Reino de Oz, hay una persona que reparte algo gratis.
Y esa es la verdadera madre del cordero: que sea gratis.
Da igual lo que repartan: periódicos, muestras de café, viajes de tren, mierdas de vaca o bidones de orín de mono.
Como es gratis, lo queremos.
Y como es gratis, cuantas más cosas cojamos de lo que sea, mejor que mejor.
El personal encargado de repartir el producto, igual que una gacela agonizante en mitad de la sabana africana, es rodeado por los que guardan fila, las hienas carroñeras que están dispuestas a desguazar a su vecino eventual de cola por unas migajas de la mierda (como conjunto de cosas) que se reparta en ese momento.
Supongo que forma parte del carácter ibérico desde la noche de los tiempos.
Asín semos, que se dice.
Seguro que Cristóbal Colón se marchó a descubrir América porque la expedición estaba financiada por los Reyes Católicos.
O sea, porque era gratis.
Si no, de qué.
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