26 de mayo de 2008

Recordando

Venía esta tarde caminando por mi barrio con cierto ataque nostálgico persiguiéndome como el Coyote al Correcaminos, con la diferencia de que aquél sí me ha alcanzado, y sin necesidad de recurrir a los artefactos marca ACME.
El caso es que me he acordado de los tiempos en los que no éramos todos tan guapos, los tiempos en los que la gente se quedaba calva y tenía barriga y la publicidad, esa mala zorra, no nos vendía ese cuento chino de que vamos a ser jóvenes eternamente.

Esos tiempos en los que la gravedad existía y no se combatía a base de silicona, en los que la arruga ni era bella ni pretendía serlo, y sólo significaba que uno había vivido lo suficiente como para que los niños le trataran de usted y le cedieran el asiento en los transportes públicos.
Los tiempos en los que los chavales jugaban con el cariño de sus padres y no con los juguetes que éstos les compran para que no estorben.

No seré yo quien defienda que todo lo pasado era mejor. No, en ésa no me pillaréis.
Más que nada porque, como ya he dicho en alguna ocasión, yo estuve allí y tampoco era para tanto.
Sin embargo, hay una cosa que sí echo de menos de esos tiempos.
Todo era un poco más verdadero y menos virtual, no sé si me explico.
En esos tiempos, uno podía ver las miserias a la vuelta de la esquina. Existía un cutrerío entrañable. Había cosas feas.

Ahora no. Ahora todo es o, mejor dicho, aparentemente es perfecto e ideal, sacado de un anuncio recauchutado a base de fotochoz y postproducción digital.
La vida es un Parque Jurásico viviente y nosotros somos los dinosaurios.
Hace unos años, uno paseaba por mi barrio y se encontraba a un chalao (porque sí, queridos míos, antes los barrios tenían su chalao particular) que, biblia en mano, bendecía los árboles del vecindario a grito pelado.

Ahora, con toda esta mierda tecnológica y virtual que nos rodea, maravillosa para unas cosas, deleznable para otras, todo lo que era de verdad está condenado a la extinción.
Tetas de goma, calvas disimuladas con el fotochoz, abdominales engordados con hormonas para el ganado vacuno, culos trabajados a base de bisturí y alimentos dietéticos a partir de los 3 años.
Y todo para conseguir que nos creamos ese cuento chino de que vamos a ser jóvenes eternamente.

Pues qué queréis que os diga.
Espero que, dentro de unos cuantos años, cuando se me haya caído el pelo y me haya crecido la barriga, tenga el valor y la cordura suficientes para coger una biblia y pasear por el barrio bendiciendo los árboles, si es que no son de plástico, que ésa es otra.
Así me quedará el consuelo de saber que este mundo de mierda no me ha hecho perder la cabeza del todo.

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