Se trata de una peli francesa que habla del reencuentro entre dos viejos compañeros de colegio. El uno, pintor de cierto éxito, cansado de la vida en París, acaba de regresar al pueblo donde creció. El otro, ferroviario jubilado con alma de jardinero, nunca ha salido del pueblo.
El pintor busca un jardinero que le cuide el enorme terreno que rodea la mansión donde vive. El otro se presenta allí y se reconocen al instante. Sus vidas son el reflejo la una de la otra. El pintor, al venir de una familia acomodada, pudo seguir sus estudios y dedicarse a su gran pasión. El otro, en cuanto terminó la enseñanza obligatoria, entró a trabajar en el tren como peón.
Curiosamente, el parisino admira la vida tranquila y sosegada del otro, que lleva más de cuarenta años felizmente casado, veraneando siempre en el mismo lugar y en la misma época, sin más aspiraciones que la de cuidar el campo y, de vez en cuando, acercarse a un lago a pescar una carpa enorme que luego devuelve al agua.
La tranquilidad del uno contrasta con la vida agitada del otro, a quien su mujer ha abandonado por sus continuas infidelidades.
Como no puede ser de otra manera, el parisino aprende mucho del pueblerino, enriqueciendo su vida con las pequeñas cosas que había dejado de apreciar.
Veredicto del sobaco: a veces excesivamente sensiblera pero emociona, las cosas como son. Es una peli que, en circunstancias normales, jamás hubiera visto pero, al ir en un tren y no tener mando a distancia, no pude elegir. La verdad, mereció la pena. Una peli que nos recuerda que en la vida no todo son prisas. Aunque, justo es reconocerlo, si hubiera podido, hubiera cambiado de canal.
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