El pasado domingo me di un paseo por el Rastro. Supongo que, ahora que ya no tengo que soportar la mala hostia madrileña (mucho más típica que la chulería) a diario, quería llevarme un buen recuerdo de Madrí. Sí, lo sé, es algo muy jodido eso de juntar en la misma frase "buen recuerdo" y "Madrí".
Pero se puede, ¿eh? Cuesta mucho trabajo, pero se puede.
Particularmente, creo que el mayor encanto (y puede que el único) que aún tiene Madrid es lo cutre y lo feo. O sea, lo que no es moderno, ni lleva zapatillas de tela con cuadritos, ni gafas de pasta de colores, es decir, muy poquito (desafortunadamente), entra dentro de esta categoría.
El Rastro o, al menos, la parte de toda la vida, la de los intercambios de cromos, está muy lejos de toda la estupidez postmoderna de chapita y pelos cortados con tijeras de pescadería. Afortunadamente.
Porque, al fin y al cabo, se trataba de elegir un buen recuerdo de Madrid para llevarlo en la memoria.
Y no iba a llevarme uno plagado de chapitas y gafas de pasta.
1 comentario:
Que cuqui.
A mi los modernos me apestan.
Y en los rastros siempre me siento muy pez porque nunca sé qué mirar ni dónde ni nada.
Yo soy más franquicia.
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