11 de marzo de 2008

Aunque la mona se vista de seda...

Y allí iba él, caminando sobre la modernidad como a Jiménez Losantos le gustaría caminar sobre unas plataformas imposibles, guas, guas, apártense, pobres mortales, que llega una diva, meneando el flequillo con esa mezcla de naturalidad y afectación, igual que la chica del Fa entre las palmeras.
Ese flequillo que parece cortado con unas tijeras de pescadería, peinado como el que no quiere la cosa, como si se acabara de despertar de echar una siesta. Pero sólo son efectos especiales. En realidad, cada pelo está colocado según un plan determinado. El desorden es sólo aparente. Un moderno jamás admitirá que ha pasado 5 horas delante del espejo para colocar cada uno de sus cabellos como si de un castillo de naipes se tratara. Eso no. Antes admite que hace trampas al resolver el cubo de Rubik diminuto que tiene por llavero.

Con sus gafas de sol a lo Vicky Beckham caladas hasta la nuca pese a que son más de las 9 de la noche, el moderno se sienta delicadamente en el vagón del tren. A otros les molestaría que les hubiera tocado ir al revés del sentido de la marcha. Al moderno, no. Él es feliz sintiéndose obervado, siendo diferente que los demás. Aunque él sabe que es diferente, le mola regodearse en ello. Así la diferencia parece mayor.
Se ajusta con suma delicadeza la lengueta de sus Converse All-Star último modelo, con diseño de Prada, cristales de Sbarowsky en la suela y cordones hechos de pellejo sobrante de circuncisiones. No, no os ríais, que todos los cienciólogos los llevan. Y ellos saben mucho de eso. Bueno, y de muchas otras cosas, pero sobre todo de mondongos humanos. A la plancha. O con ajito y perejil. Mmm, rico...

El moderno rebusca entre sus pertenencias, apartando el iphone de color mostaza palo que le acaban de traer de Nueva York (Niuyór, como dice él).
Sin fijar la mirada en nada ni nadie, el moderno extrae un paquete envuelto en papel de plata. Con sumo cuidado, lo abre por una esquina.
Por la abertura asoma un bocadillo de tortilla de patatas.
Si es que no puede ser.
Aún tienen que pasar muchos años para que un moderno de este país sea un moderno de verdad.
Porque los modernos de verdad jamás comerían bocatas de tortilla.
Si la tortilla hubiera sido de huevos de tortuga, todavía. Pero de gallina, por favor, qué vulgaridad.

1 comentario:

Peibols dijo...

Que grande.
Los modernos deberían comer bocatas macro (o micro, depende del hambre) bióticos.

Los huevos de tortuga son super 90s, no te enteras.

Ahora se lleva comer huevos de lagartija.
Son muy parisien.