25 de diciembre de 2007

El ocho

Me encantan las tardes de esta época del año en las que uno puede encerrarse en su habitación para disfrutar de la lectura. El frío del exterior invita a quedarse en casa, tumbado en la cama, disfrutando de no hacer nada. Los programas de televisión crean la atmósfera adecuada para que uno eche mano del libro que tiene por terminar.
Ayer finalicé la relectura de El Ocho y, fiel a mi dory-memoria, no recordaba nada del final. De hecho, llegué a plantearme que el mismo pudiera haber variado a lo largo de los años, porque no lo recordaba así. Bueno, no recordaba casi nada del libro pero, si bien algunas partes me sonaban, el final me resultó completamente extraño.
La historia, de sobra conocida por todos, es la siguiente. El juego de ajedrez que le regalaron unos moros a Carlomagno, entraña un secreto tremendamente poderoso. Está escrito en el tablero, en las piezas y en el paño que lo cubre y, por medio de un ritual que data de la época de los fenicios, puede convertir a cualquiera en el individuo más poderoso del mundo.
Dos historias paralelas se suceden. Una, ambientada justo antes de la crisis del petróleo de los años 70. La otra, en el periodo posterior a la Revolución Francesa, los años del Terror. En ambas, la búsqueda de las piezas por parte de dos bandos contrapuestos, los blancos y los negros, es la trama principal.
Quiénes conseguirán las piezas y qué uso les den son los misterios a desvelar.
Veredicto del sobaco: a ratos entretenida, a ratos excesivamente pretenciosa y, en general, demasiado larga para tan pobre final. Para no olvidarme del mismo, que noto cómo se va evaporando poco a poco, me dejaré una cita en clave. "Eligió mal".

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