
Volviendo al autobús, en una de las paradas se ha subido una muchacha con aspecto de nórdica, alta y delgada, con unas gafas de sol súper cuquis, su escotazo y su canesú, una de esas muchachas que ponen a prueba la elasticidad de los músculos del cuello. Ella, súper divina de la muerte, caminaba por el pasillo del autobús como si de la pasarela cibeles se tratara, manejando su mp3 (tenía cara de ir escuchando a una Poyeya cualquiera aunque, como las apariencias siempre engañan, lo mismo iba escuchando los viejos éxitos del Rosen) mientras buscaba un asiento libre.
Delante de mí iba sentado un abuelete, de los de misa dominical y visita a la Plaza de Oriente cuando Noviembre casi toca a su fin ineludible (por el aspecto, claro está) que, por supuesto, le pegaba un repaso ocular a la nórdica de los de manual.
La muchacha, ajena a la alegría visual que provocaba (pura pose... ella SABÍA perfectamente lo que sucedía), se sentó al lado del abuelo. Éste, como mandan los cánones, se repasó el peinado con la mano, como debe ser, sin dejar que los ojos se le posaran en otro lugar del entorno diferente a la prima de Olaf.
Yo, sentado detrás de la pareja (eventual, por supuesto, cualquier otra circunstancia resultaría demasiado cinematográfica), no pude evitar sonreír, recordando esas películas de Pajares y Esteso de mediados de los 70, en las que estos irresistibles galanes se camelaban a las guiris a base de frases tipo "en España el carné es en peloté" ("en España, la foto para el carné de identidad se hace en pelotas", para los que ne parlent pas français).
La nórdica se bajó en su parada, antes que el abuelo, que se quedó con cara de "si tú quisieras y yo me dejara", dando el último repaso a la mercancía mientras yo, sin poder quitarme la sonrisa de la cara, pensaba que, aunque entre esas viejas películas y nuestra realidad de hoy hayan pasado más de 30 años, algunas cosas siguen igual que entonces.
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