26 de diciembre de 2007

Ese médico que va a entrar al quirófano y dice...

Hoy he escuchado una noticia de las que me confirman que, cuando Alicia llegó al país de las maravillas, lo primero que hizo fue entrar en una tasca y pedir una jarra de sangría y una tortilla de patatas.
Resulta que a una mujer le tenían que hacer una artroscopia y, una vez realizada, cuando se está despertando de la anestesia, le dice a la enfermera, así como la que no quiere la cosa, en voz bajita y por no molestar, que la rodilla que estaba mal era la otra.
Olé, olé y olé.
Ya me imagino a ese médico en la cafetería del hospital, repartiendo codazos entre sus congéneres, "no veas, Manolo, me ha quedao la operación para ponerla en un marco, si es que soy un fenómeno" cuando, de repente, ese altavoz que le dice al doctor de marras que se pase por el quirófano para arreglar un asuntillo sin importancia.
Y luego, cuando llega el matasanos, nunca mejor dicho, con su cara de "ya os podéis estar muriendo con tanta prisa y tanta hostia" y la enfermera le comunica el pastel, "nada, una cosita de nada... qué te iba a decir yo... tú ya sabías que la rodilla que había que operar era la derecha, cachondo, que eres un cachondo" y entonces mi primo traga saliva, glup, glup, pensando "cagada habemus", pensando que como la señora tenga un poquito de mala leche (totalmente justificada), el bemeuve color carmesí con chorreras que se acaba de agenciar, se lo van a meter por Detroit sin anestesia.
Y la cosa, que así contada, parece un chiste de Arévalo, porque la gracia la tiene donde amargan los pepinos, termina con una nueva operación, esta vez de la rodilla jodida.
Y yo me pregunto, porque soy así de retorcido, si se hicieran controles de alcoholemia a la entrada de los quirófanos, lo mismo la lista de espera para las operaciones, al igual que La Gran Muralla, se podría contemplar desde la Luna.

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