22 de octubre de 2007

Tan joven y tan viejo

Estudié en un colegio de curas, sí, lo reconozco. Qué le vamos a hacer. Eso sí, gracias a ellos y a su Dios perdí la fe. Bueno, la fe religiosa, porque uno es de los últimos creyentes, que para algo es del Atleti. Pero no nos hemos reunido aquí para hablar ni de fútbol ni de religión.

Llevo un par de semanas volviendo al patio de mi colegio a echar unas canastas. Por hacer algo de deporte. No sé cuánto me durará la tontería pero bueno, lo que dure, bienvenido sea.

El caso es que en ese mismo patio las cosas siguen, más o menos, igual. Los mismos niños y los mismos padres. O casi. Porque los coches que esperan a los críos son de unas marcas demasiado buenas. O a lo mejor son las mismas marcas que existían cuando yo era alumno pero uno no les prestaba atención.

Igual que los niños, que parecen todos sacados de los anuncios de la tele. ¿Había tanto pijerío antes como ahora? Probablemente sí pero, claro, con esta sociedad de la ostentación en la que tenemos la desgracia de vivir, todo se ve más. O, mejor dicho, todo se enseña más. Da igual que sean las lorzas en verano, o las marcas en las prendas de vestir. Aunque la clase no tenga nada que ver con el dinero que se tenga. O, lo que es lo mismo, cuanto más alto sube el mono, más se le ve el culo.

Como dice la canción, todo sigue igual, aunque con matices. Porque, aunque los padres sean los mismos y los niños también, antes había más juegos y menos “no hagas eso, que te manchas”. O, al menos, así lo recuerdo yo. Aunque bien pudiera ser que la memoria me empiece a fallar porque, igual que estoy medio muerto después de una hora de deporte, también estoy mayor para según qué cosas.

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