16 de septiembre de 2012

En el banco del parque

Estaban sentados en un banco del parquecito que hay frente a mi portal, cogidos de la mano, como debe ser, tan pegados que los latidos de los corazones se funden en uno solo. Diecimuchos o veintimuypocos, juventud enamorada.
Cruzaban sus miradas: amor, ternura, complicidad, deseo, esperanza.
El uno apoyaba su cabeza en el pecho del otro; la mano del otro acariciaba la nuca del uno.
Cada vez que algún peatón desaprensivo rompía la magia del momento con sus vulgares pasos, ambos levantaban la cabeza, como animalillos asustados, separándose momentáneamente, atentos a lo que pudiera pasar.
Todos los peatones que pasamos por delante del banco contemplamos la escena con mayor o menor disimulo, siguiendo nuestro camino sin alterarlo en lo más mínimo.
En mi caso, intentando ser lo más liviano posible, como el ornitólogo que observa de lejos, sin perder detalle pero sin molestar.

La escena era hermosa y preocupante a la vez.
Hermosa por la ternura, la complicidad, el cariño, el deseo, la esperanza y el amor. Hermosa por la vida, en una palabra.
Y a la vez, preocupante porque, en pleno 2012, dos jóvenes que se quieren tienen que interrumpir sus caricias cada vez que algún peatón se acerca.
¿Seguimos viviendo en una sociedad intolerante con la homosexualidad?
Mucho me temo que así es.

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