9 de abril de 2012

De Ikea en Ikea

Una de las innumerables ventajas de vivir en pareja es poder ir juntos al Ikea. Una visita a ese centro de perversión pondrá a prueba el amor de cualquier pareja. Si después de que la relación haya resistido una primera visita, convertís el riesgo en una tradición con la que cumplir al menos una vez al año, y pese a ello, vuestra relación no se resiente y sigue adelante, podéis mirar a la persona que tenéis al lado sabiendo que dentro de muchos, muchos años, cuando paséis a mejor vida, seguirá ahí, impertérrita y fiel.
Lo que Ikea ha unido, como decía Albert Pla en el final de Airbag, no lo rompe ni rediós.

Y mira que en Ikea hay trampas; bueno, Ikea es en sí una trampa. Hay rumores de personas atrapadas, caminando sin rumbo fijo con la mirada perdida; ¡maldita sea, yo les he visto y existen! Arrastran los pies con aire cansino, balbuceando incoherencias, probablemente palabras suecas sin ninguna relación la una con la otra, sin apenas rastro de humanidad en sus famélicos y torturados rostros, en los que se esboza una súplica cada vez que alguien les ofrece una albóndiga sueca. ¿Pero es que nadie se percató de que Walking dead nació en los pasillos del Ikea?
Y las trampas no acaban ahí; las salas giran y cambian de posición, y no es coña. Puedes iniciar el recorrido por la zona del dormitorio, detenerte más de la cuenta mirando cocinas y, ¡zas!, la sección de baños ya no está donde debería, ahora está sospechosamente llena de lámparas. He visto gente lanzando su calzado al aire antes de adentrarse en una nueva sección para, una vez que golpea el suelo, mirar con terror a su alrededor antes de avanzar. ¿Qué fue antes, Ikea o Cube? ¿Qué es Ikea sino un gran cubo gigante?

En los pasillos por los que deambulamos y recogemos los muebles que vamos a comprar los no-vivos, porque así es en lo que nos convertimos en Ikea, en una especie de yonkis del espacio (del físico, no del exterior), ávidos de algo que nos haga aprovechar el hueco que hay entre la escobilla del váter y el azulejo en el que se apoya; umm, bien apretadica, una librería Billy quedaría aquí de puta madre, ¿verdad, chiqui? Pero, ¡qué ven mis ojos! ¿Es posible que eso sea la nueva versión del organizador Moëbius, que distribuye las pelusas por tamaños y colores? ¡¡Dioses del cielo, lo necesitamos!!
Y los carritos se lanzan en una frenética carrera, como la de Ben-hur, pero en versión post-apocalíptica. Las chispas saltan, los insultos se suceden, las pantorrillas sangran... ¿a quién queremos engañar? ¿De verdad creéis que esto es Europa?

Nos apilamos frente a la hilera de cajas como en una esperpéntica operación salida. ¿Por qué ponen treinta y siete cajas si, al final, sólo hay dos que tengan cajero, otras cuatro en la que tú te lo guisas y tú te lo comes y las demás están más abandonadas que la educación pública?
¿Acaso se trata de algún tipo de experimento sociológico? ¿Nos observan desde las alturas los dioses nórdicos que todo lo ven para ver de qué manera los no-vivos nos ordenamos y poder así aplicarlo al embalaje de sus productos infernales? ¿No es suficiente con elegirlo uno mismo, llevárselo a casa uno mismo, montarlo uno mismo y cagarse en todos los muertos del diseñador uno mismo? ¿Ahora también te lo tienes que cobrar tú mismo? Mañana tendremos que diseñarlo nosotros mismos, cortar la madera nosotros mismos y embalarlo nosotros mismos. Pagaremos por ello con mucho gusto y nos sentiremos tremendamente estúpidos; pero con nosotros mismos, ¿eh?

Por fin, sales del templo del mal cabreado con la vida y, cuando tus ojos apenas se han acostumbrado a la luz solar, pues llevas días recorriendo pasillos iluminados con luz artificial (lo de la rehabilitación ocular de Matrix también nació aquí), se te acercan unas sombras monstruosas que, con acento del este, se te insinúan, "trransporta, jefe", a lo que respondes levantando la vista y dirigiéndola adonde sospechas que estas criaturas tendrán los ojos, mientras balbuceas un "no, gracias, hemos venido en el bulldozer".
Es éste precisamente el momento en el que te acuerdas del tipo del concesionario de coches y entiendes porqué insistía tanto en que un coche con un maletero grande se termina aprovechando. Lo que falló fue la técnica de venta; no nos preguntes si queremos tener críos: limítate a preguntarnos si tenemos en mente acudir al Ikea.
Miras tu coche, perfecto para circular por ciudad, pequeñito, sin apenas culo, precioso, oye, lo aparcas en cualquier sitio. Una mierda pinchá en un palo para ir al Ikea.

Te metes dentro del coche y empiezas a abatir asientos, a quitar la bandeja, a retirar los reposacabezas, con la misma sensación que debían tener las actrices porno que compartían escena con Dirk Diggler y sus 35 centímetros: por mucho espacio que haga, esto no cabe.
Cariño, ¿te importaría llamar a tu padre y que te venga a recoger aquí? Vale, vale, era sólo una pregunta, una simple y estúpida pregunta: puedes enderezar el hocico, corazón.
Sorprendentemente sí termina cabiendo, haciendo bueno, una vez más, uno de los pilares básicos de la cultura ibérica: "a mala hostia, todo cabe". El otro es "a mala hostia, todo vuela", pero viene menos al caso.
Te subes al coche y miras a tu alrededor: cajas, cajas y más cajas. Anda, coño, aquí se ve un trozo de retrovisor. ¿Así se puede circular? Oye, los moros y los gitanos lo hacen, ¿no? Bueno sí, pero esto es como lo de defraudar a Hacienda, hay que valer y saber. Y si no me creéis, intentadlo y ya veréis que amnistía fiscal os aplican.

Horas después, con los riñones al jerez, uno concluye que Ikea es la venganza de los suecos.
Tantos años asaltando suecas en los chiringuitos playeros, tanto Manolo Escobar y tanto Alfredo Landa, no fue bueno.
Los suecos dijeron "arrieritos somos" e inventaron Ikea.
¿Queríais suecas, verdad?
Pues elegidlas, medidlas, buscadlas, pagadlas, transportadlas, montadlas y disfrutadlas.

Pd: Ikea, para quien no lo sepa, significa " ¿a que jode, eh?"

La imagen que acompaña el artículo procede de esta página

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