10 de abril de 2012

Buena (y rara) educación

Caminaba hacia el lugar donde aparqué el coche ayer por la tarde, en la misma calle donde vivo, pero un poco más adelante, de modo que tuve que pasar por delante de uno de los pocos bares del barrio en los que aún no hemos hecho parada.
Estaba el dueño fregando la entrada, con esa meticulosidad con las que se hacían las cosas hace años, limpiando no sólo los escalones de acceso a su bar, sino la propia acera. Estas cosas, las que mantienen el sabor de años pasados, me llaman mucho la atención; romántico que es uno, qué le vamos a hacer.
Y para continuar con ese breve pero enternecedor viaje al pasado, al cruzarme con él, ha levantado la vista, deteniendo el vaivén de la fregona, ha esbozado una sonrisa y ha dicho "buenos días".

Extasiado por esa rara, para los tiempos que corren, muestra de educación, casi se me saltan las lágrimas pues, igual que no soporto las faltas de educación, las muestras de cortesía me reconcilian con el género humano.
Evidentemente, he respondido al saludo y a la sonrisa. Así da gusto comenzar el día. Me he prometido, además, visitar el bar y tomar unas cañas en él. Es lo menos que se puede hacer.
Sin embargo, el buen sabor de boca ha durado poco, algo normal en este inmundo agujero ultracontaminado que algunos optimistas siguen llamando Madrid, ya que cinco minutos después me encontraba metido en un túnel rodeado de bocinazos, prisas y mala hostia.
Lo normal en esta ciudad, no como la actitud del dueño del bar, que cada día es más extraña.
Y así nos luce el pelo, claro.
Hoy, al menos, gracias a la buena educación de esta persona, se me ha hecho mucho más fácil soportar la mala baba del resto del mundo. Porque para eso sirve la buena educación: para sentirnos personas y distinguirnos de los animales salvajes.

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