3 de marzo de 2012

La mirada de un abogado

Estaba tomando un café (en mi caso, un té), con un par de compañeros de clase cuando, de repente, uno de ellos hizo un comentario refiriéndose a un profesor que estaba terminando de comer en una mesa cercana.
"Qué raro es este tipo; se acaba de levantar a llevarle la jarra de agua a ese chaval que está ahí", dijo mi compañero, un hombre de unoa cincuenta y tantos años, abogado prejubilado de una entidad bancaria.
"Siempre está rodeado de alumnos, es muy majete", apuntó el otro compañero con el que compartíamos mesa, de 19 años.
"A lo mejor le ha llevado la jarra porque el otro chaval se la ha pedido", sugerí yo.
"Qué va, si el chaval se ha sorprendido de que le trajera la jarra. Es muy raro", insistió el abogado.
"Tal vez sea simple amabilidad y nos sorprende por eso, porque no estamos acostumbrados a ella y siempre creemos que las cosas se hacen por interés", apunté yo.
"Tienes razón", reflexionó el abogado, aunque no muy convencido.

Esta simple anécdota nos deja dos reflexiones.
La primera, horrorosa, que un comportamiento amable resulte llamativo, extraño y, por tanto, sospechoso. Habla mucho y muy mal del tipo de sociedad en la que nos encontramos.
La segunda, que mientras el chaval joven no ve nada extraño en el comportamiento, todo lo contrario, pues destaca la afabilidad del profesor, el prejubilado, que además es abogado, es el que enarca la ceja alarmado por la acción amable. ¿Se nos envenena la mirada con el paso del tiempo, o esa mezquindad aferrada a la pupila es exclusiva de los abogados?
Me inclino a pensar que, inevitablemente, esta sociedad nos termina por contaminar a todos aunque a según qué personas (si así se puede considerar a los abogados), les es mucho más fácil de asumir.
No en vano, son los padres de gran parte de la mierda que forma esta sociedad.

No hay comentarios: