Es la diferencia entre estudiar algo que no te interesa, lo que me sucedía cuando hice Biológicas, y estudiar lo que te llena, que es lo que me pasa ahora con el Periodismo.
En la anterior carrera, me sentaba en las filas de atrás; allí se hace de todo menos estar atento a la explicación del profesor.
En las filas de atrás se va a ligar, a conocer gente, a charlar, a planificar el próximo fin de semana, a dormir o, incluso, a jugar a las cartas. Lo sé porque he pasado muchos años allí y sé de lo que hablo.
A día de hoy, me siento en la primera o segunda fila, y lo hago por dos motivos; el primero es por una imposibilidad física: si me siento más atrás, ni oigo ni veo. La edad, que no perdona.
El segundo motivo es que voy a clase a aprender; nadie me obliga a estar en la universidad, ni mi familia, ni la sociedad. No estoy en clase porque sea lo que toque, el siguiente peldaño de la escalera de la vida, el adoquín señalado en el camino de balsosas amarillas que marca la sociedad.
No; lo hago por vicio, porque quiero y porque me sale del alma o, mejor dicho, del corazón y las tripas.
Por eso respondo diciendo que soy un empollón y un gafotas cuando me preguntan por los estudios.
Mientras tanto, en las filas de atrás se siguen sentando los que van a la universidad a otra cosa, sin motivación aparente; tal vez porque están en un sitio en el que no quieren estar, tal vez porque siguen un camino que no es el suyo, tal vez porque les da igual todo.
Llevan 20 años así; en las filas de atrás nunca cambia nada, pese a que ellos crean que son los primeros, los únicos y los que más.
Lo sé porque yo también pensaba lo mismo cuando estaba allí.
La ignorancia y la soberbia de la juventud, supongo.
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