3 de diciembre de 2011

Un guepardo para una pija

El otro día una compañera de trabajo me llamó para que me acercara a su ordenador, donde me enseñó una foto de una cuarentona, con una pinteja de pija que no podía con ella, abrazada a un guepardo.
"Es mi tía", me dijo mi compañera.
"Es un guepardo que ha conseguido que le lleven a su finca de Sevilla; ha tenido que esperar un montón de años", me explicó.

"Tu tía es una caprichosa irresponsable", dije yo.
"Es más, cuando el guepardo le arranque un brazo de un bocado, incluso ella se dará cuenta", continué.
"Qué va, si al guepardo lo han estado amaestrando desde que era un cachorro...", objetó.
"¿Y crees que con dos años de intento de domesticación se pueden acabar con millones de años de evolución e instintos?", pregunté yo.
"Este tipo de animales no tendrían que salir jamás de sus habitats naturales, y menos aún para satisfacer los caprichos de los pijos", dije.
"Mal por tu tía por su capricho estúpido, mal por las autoridades españolas que lo han permitido y mal por las autoridades de su país de origen, cómplices también; demuestran que todo vale y todo está en venta", añadí.
"Ya", me dijo, encogiéndose de hombros.

Mientras se siga traficando con animales de esta manera, seguirá existiendo la caza furtiva.
Mientras haya un pijo que quiera tener un colmillo de elefante en su salón, habrá un cazador dispuesto a conseguírselo.
Mientras exista demanda, la oferta la cubrirá.
Sólo espero que, como venganza, el guepardo se meriende a la hija de puta porque, como reza un dicho africano, "los hijos de los leones también son leones" y, por mucho encantador de animales que invente el mundo occidental, el instinto es mucho más fuerte que la estupidez.

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