Recuerdo que, hace muchos años, un tipo que conocí hablaba de la conducción madrileña como conducción Gladiator. Sobran las explicaciones.
Dicen que cada sociedad conduce como lo que es y, en el caso de la madrileña es cierto: es maleducada, individualista, irrespetuosa, zafia y egoísta y eso, inevitablemente, se ve en las calles.
Salía yo esta mañana de camino al trabajo, a eso de las 7 de la madrugada (la mañana empieza con el sol, lo siento mucho), cuando aún es de noche y se supone que las personas normales aún no vamos encabronados por la vida.
Las personas normales, claro; recordemos, sin embargo, que en las calles madrileñas las personas normales somos minoría, pues los cafres, energúmenos, listos de los cojones, homicidas en potencia e irresponsables son los que más abundan.
Y así nos luce el pelo, claro.
Bajaba yo por una de las calles de mi barrio que, gracias a las obras que llevamos padeciendo desde principios de Agosto, presenta un aspecto similar al de Sarajevo en el 97.
Los dos carriles que antes existían llevan meses convertidos en uno, permanentemente atascado, como es de esperar.
Es frecuente, no obstante, asistir a las maniobras orquestales que muchos listos efectúan constantemente, ocupando uno de los carriles, el que no se usa, para meter el morrito del coche a última hora, obligando a los demás a frenar e incrementando los niveles de cabreo del personal.
Yo lo de listos lo llevo fatal, lo confieso. No me considero más que nadie pero menos, tampoco.
El suceso de hoy, como no podía ser de otra manera, tiene relación con un listo.
A punto de llegar al final de esa calle plagada de obras, veo que un coche me adelanta por la izquierda, por donde no se circula porque luego la calzada se estrecha.
Se me activó enseguida el sentido arácnido, que lo tengo muy sensible con los listos.
Él, a lo suyo, metió el morrito del coche y se coló delante del mío, casi rozándome, por cierto.
Le pité tres veces y le di las largas, recriminándole la maniobra, por sucia y por peligrosa.
Además, le ponía de gilipollas para arriba desde mi coche, levantándole la manita y mandándole a tomar por culo.
El listo empieza a aletear mirándome por el retrovisor, agitando los hombros y sacando pecho.
Yo, a lo mío, "la madre que te parió", "joputa" y demás piropos de similar calado.
Y de repente, abre la puerta del coche y se baja, con una cara desencajada, hecho un energúmeno y viniendo hacia mi coche, abriendo los brazos y diciendo "qué, qué qué".
Me acordé de un primo que tengo, que me dijo que si alguna vez me bajaba del coche, tenía que hacerlo dispuesto a todo. Si no, tranquilito.
El listo se queda junto a mi ventanilla, aleteando.
"Tú eres un descerebrado, gilipollas, que hay que circular con más cabeza", le dije, desde la tranquilidad del interior del Air Force One.
"¡Qué!", aleteaba él.
"Que eres un listo, imbécil, un listo de los cojones, que te crees que los demás somos idiotas", le dije.
"¡Qué!", aleteaba él.
"Que te metas en tu puto coche, gilipollas", le dije.
"¡Qué!", aleteaba, mientras se mordía el labio.
"Está visto que la comunicación no se está produciendo", pensé yo.
"Que te vayas a tomar por culo", le dije.
Y, mordiéndose nuevamente el labio, bajo las alas y se fue hacia su coche, haciendo un último gesto antes de meterse en él, como amenazando con volver y seguir aleteándome al lado de la ventanilla.
"Y así vas a las 7 de la mañana, colega", pensé yo, sin saber si me estaba refiriendo al listo o a Madrid.
Cuánta mala hostia por metro cuadrado que hay en esta ciudad de mierda.
Algún día reventará.
Lo único que espero es estar muy lejos cuando eso suceda; porque sucederá, seguro.
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