15 de noviembre de 2011

Una pinza de ida y vuelta

Cuando era pequeño y me ayudaba de un tacatá para dar mis primeros pasos, todos los días tropezaba con una chapa metálica que había a la entrada de la cocina.
A tan tierna edad ya tenía desarrollada por completo mi falta de coordinación aeróbica, de modo que nunca ponía las manos cuando me caía.
¿El resultado?
Hostia en la cabeza.
Si calculamos tres o cuatro viajes a la cocina por día y contamos una hostia al entrar y otra al salir (el desnivel que creaba la chapa era para mí como el Tourmalet), nos salen entre 6 y 8 batacazos por día. Si suponemos que estuve ayudándome con el tacatá unos tres meses, tirando por lo bajo y siendo optimista, pues insisto en mi falta de coordinación aeróbica, tenemos un total de 720 golpes. Si a esta cifra le añadimos el resto de golpes en esa misma zona, podríamos redondear el total en 800 hostias en la cabeza.
Teniendo en cuenta que a esas edades la osificación es aún muy leve, pues el cráneo no está del todo formado, todos esos golpes repercutieron directamente sobre el cerebro.
¿Consecuencia? Moi.

Mi predisposición natural a las idas de pinza, por tanto, es bastante elevada.
Añadamos algún canuto durante mis años mozos, ingentes cantidades de cerveza y copas a mansalva, por si acaso estos excesos también pasaran factura (no hay más que ver el rostro de Keith Richards para saber que estas cosas no salen gratis). Maticemos, eso sí, que desde hace 6 años no bebo más que una cerveza de manera esporádica, que deje de fumar canutos hace más de 12 años y que el máximo desorden que hay en mi vida actual es cuando se me despareja un calcetín dentro de la lavadora.

Como dirían en esos anuncios que pretenden reflejar el carácter de los productos, lo que soy es el resultado de lo que fui.
Mis desvaríos mentales son la suma de todos los factores anteriormente reseñados.
Soy el vivo ejemplo de que no hace falta abusar del peyote para que se te vaya el fresón de mala manera.
No me siento orgulloso de mi súper poder, pero es lo que hay.
Siguiendo con los anuncios: me gusta ser como soy.
Con mi pinza de ida y vuelta, feliz.

La imagen que acompaña este artículo procede de esta página

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