9 de noviembre de 2011

Perséfone, Els Comediants

La semana pasada fuimos a ver la obra Perséfone, de Els Comediants, en el Teatro María Guerrero.
Como fuimos un miércoles, día de Champion's y, además, jugando el Real Madrid, el patio de butacas presentaba un aspecto bastante desolador, pese a que era el segundo día de representación de la obra. ¿Mejorará cuando no tenga que competir con el fútbol? Me gustaría creer que sí aunque, sinceramente, no tengo mucha fe. En la televisión no se habla de teatro, por lo que éste no existe; no hay tertulias que recomienden ésta o aquella obra ni, por supuesto, Belén Esteban, Mourinho o Guardiola (la santísima trinidad catódica), dedican tiempo en sus sesudos y trascendentales discursos a elogiar las virtudes del teatro.

¿Pero es culpa sólo de la televisión? En absoluto. La televisión (esta televisión) es sólo una herramienta más para propagar la incultura y analfabetizar a la ciudadanía. Una masa inculta y aborregada es más dócil y se maneja mejor que un pueblo educado y crítico.
La idiotización es una estrategia que ya llevan utilizando los gobiernos de los países occidentales desde hace más de 40 años.
Sin embargo, tampoco es por esto por lo que los teatros están casi vacíos.
En España, la lucha entre los que pretenden llevar la educación a todos los rincones y los que apuestan por incrustar aún más la boina en la cabeza de los ciudadanos, es casi eterna, como magistralmente reflejó Antonio Machado en su Españolito que vienes al mundo, "entre una España que muere y otra que bosteza, españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón".

Volviendo al Perséfone de Els Comediants, he de decir que, pese a que intenté mantener la mente abierta y receptiva en todo momento, salí del teatro con una sensación de pérdida de tiempo absoluta.
La puesta en escena es singular, sí; original, sin duda; en algunos casos brillante, como cuando se abren puertas en el escenario por las que el personaje recién muerto va transitando o el restaurante en el que los gusanos que van a devorar el cadáver cantan a los manjares que van a disfrutar.
Porque sí, queridos amigos, en el Perséfone de Els Comediants, los actores cantan; y mucho. ¿Tal vez porque los musicales están de moda y hay que darle al público lo que demanda? A lo mejor es por eso aunque, sinceramente, la estrategia no es muy adecuada, pues no creo que el público que va a ver musicales sea el mismo público que acude al Centro Dramático Nacional.


Tampoco se puede decir que el Perséfone de Els Comediants sea un musical, ojo. Es posible que esté repartido al 50% el tiempo dedicado a las canciones que el dedicado al texto.
¡Ay, el texto!
¿Se puede decir menos empleando tantas palabras?
¿Cómo es posible que en 80 minutos no aportes nada?
Se preguntaba mi suegra, que estuvo a punto de irse, a la salida del teatro si ellos mismos, los actores y demás miembros de la compañía, no se daban cuenta de que habían hecho una porquería de obra.
Yo, que suelo creer en las buenas intenciones de casi todos los artistas, respondí que hasta que no llega el momento del estreno y se recibe la reacción del público (bastante tibia, en este caso, tirando a fría), el artista debe estar convencido de que ha creado algo sublime.
Después, claro, llega el momento de la reflexión y el balance: si los aplausos son escasos y breves, la obra no pasará a la historia.

Pero bueno, toda creación artística supone un riesgo; hay ocasiones en las que se logra el objetivo y otras en las que no. Y el riesgo también existe para el público, que elige una obra esperando que le conmueva, que le llegue, que le transmita y a veces, pasa y a veces, no.
La relación entre artistas y público es así, como la de las canciones de Pimpinela; hoy te quiero más que ayer, mañana no te soporto y al siguiente día, ya veremos, dependiendo de cómo te portes.
En el caso del Perséfone de Els Comediants, la relación entre público y artistas no pasa por su mejor momento.

Las imágenes que acompañan este artículo proceden de esta página

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