23 de septiembre de 2011

Millonarios españoles

Me he despertado esta mañana pensando qué pasaría si los millonarios de este país propusieran una iniciativa similar a la que se le ocurrió a Warren Buffet.

En el hipotético y utópico caso de que eso sucediera, lo primero que haría sería pellizcarme para comprobar que no es un sueño.
Después, pediría un mapa y un localizador vía satélite, que me confirmara que sigo estando en este casposo y feudal agujero llamado España.
En tercer lugar, me desmayaría; hay según qué cosas que la mente humana no es capaz de abarcar y una de ellas es un millonario español que, uno, admita que es millonario, dos, que quiera pagar impuestos y, tres, que quiera pagar más impuestos de los que le corresponden por ley.


Ya sabemos que en España los millonarios son los primeros que levantan la voz para pedir que los ricos paguen más.
"Eso, eso, que paguen ellos", farfullan mientras se palmean los lomos y se codean los entrecots, encendiendo puros con billetes de 500 euros.
El millonario español, que no es una criatura mitológica sino real, que se esconde siempre bajo la piel de la persona jurídica.
Gracias a esa trampa legal y, ayudado por una legión de abogados mamporreros de los que piensan que el dinero no tiene color ni ideología (o sea, el 90% de los abogados), el millonario español pasa, a los ojos de Hacienda, por un mileurista más.

El millonario español, que paga los bemeuves al contado y en billetes morados, sigue pensando que los trabajadores somos esa sustancia viscosa que se encuentra bajo sus zapatos.
La esclavitud sigue vigente en las mentes de estos seres de fantasía; por tanto, ¿cómo van a pensar en pagar impuestos si ellos son los amos del chiringo?
Mientras existan las Islas Caimán, Suiza y otros paraísos fiscales donde a estos millonarios les conocen mejor que en sus propias casas, ¿quién va a querer pagar más impuestos pudiendo pagar menos?
Un millonario español, nunca.
Ellos sólo se acuerdan de los impuestos cuando se utilizan para rescatar a sus bancos.
Ahí sí piden esfuerzos; de los demás, claro.
Ellos se limitan a poner el cazo.


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