Existen multitud de tópicos alrededor de esta superior capacidad del hombre frente a la mujer: mesas redondas, tertulias con gintónics, golpes en el pecho, aullidos a la luna, lanzamiento de excrementos y bravatas varias.
Todo mentira.
Los hombres no hablan de sexo ni la mitad de lo que lo hacen las mujeres.
Y no me refiero sólo en cantidad, sino en naturalidad.
Es decir, no sólo el número de horas es mayor en el caso de las mujeres, sino que la cantidad de pómulos enrojecidos por los temas a tratar es infinitamente superior en el caso de los hombres que en el de las mujeres.
La literatura y el cine, una vez más, nos la han dado con queso.
Mi chica, siempre sabia, explica el hecho a través de los roles que esta sociedad enferma otorga a cada sexo.
Mientras los hombres han (hemos) de fanfarronear sobre proezas sexuales, las mujeres deben cubrirse la boca avergonzadas cada vez que se mencione una de las palabras prohibidas: polla, coño, follar, culo o teta.
La realidad, sin embargo, nada tiene que ver.
La mayor parte de las mujeres obvian, afortunadamente, el rol que, tradicionalmente la sociedad les otorga, adoptando uno mucho más natural.
En cambio, la mayor parte de los hombres viven (vivimos) más o menos encorsetados en ese papel estúpido, sin mostrar sentimientos, ni debilidades, aparentando lo que no somos, siendo, en definitiva, seres humanos incompletos.
Después de haber vivido una conversación sobre sexo entre tres mujeres y dos hombres (mi chica, mi madre, mi tía, mi tío y yo), el más avergonzado por hablar de pollas fui yo, seguido de lejos por mi tío; la edad le ha conferido cierta sabiduría en este sentido, no hay duda.
Mi chica, mi madre y mi tía hablaban con naturalidad sobre el asunto, contando anécdotas igual que lo harían de cualquier otro tema.
¿Conseguiremos algún día los hombres aprender de nuestros más sabios iguales, las mujeres?
Confío en ello aunque, inevitablemente tengo muchas dudas.
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