Donosti (San Sebastián) es una ciudad de la que me enamoré a primera vista.
Su gente, noble y afable, directa y serena, consigue hacerte sentir mejor que en casa, y te sorprendes estudiando seriamente la posibilidad de elegir esta ciudad como tu residencia habitual, sabiendo que la elección sería acertadísima.
Siento envidia de los donostiarras, que son los que viven en Donosti, no sólo los que han nacido allí; porque de allí te sientes en cuanto la flecha de La Concha te toca el corazón; en cuanto el tiovivo de tu niñez que aún gira en el parque de atracciones de Monte Igueldo te invita a dar una vuelta; en cuanto los olores de la vida del puerto te invaden, tan auténticos que el siglo XXI no los ha contaminado aún; en cuanto descubres que hay rincones que merecen una y mil visitas, como es el caso de Borda-Berri.
Allí fuimos recomendados por un amigo donostiarra que tenemos y salimos encantados.
Situado en el número 12 de la calle Fermín Calbetón, probablemente una de las calles donde mejor se come del mundo, en Borda-Berri encontraréis la evolución natural del pintxo tradicional.
Manteniendo el mismo buen hacer del resto de bares de la zona, en Borda-Berri presentan los pintxos de una manera más elaborada, tanto en aspecto como en denominación.
Imprescindible el Rissotto de Idiazábal, espectacular el Pintxo de Morcilla de Beasain con Pimiento del Piquillo, genial, en todos los sentidos, el Arroz Stewart con Txip-Irón Maiden.
Y el personal, qué decir de todos ellos, camareros y cocineros son otra de las razones para que Borda-Berri sea una de las visitas obligadas cada vez que se pasa por Donosti.
Repetiréis, no os quepa ninguna duda.
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