Hacía mucho tiempo que la línea del tren de cercanías que cojo no tenía una avería o, al menos, yo no la había sufrido.
Ayer se rompió la racha.
Desde las 7:10 en el andén de Príncipe Pío, esperando un tren o, en su defecto, una información que nunca llegó.
Ni la megafonía, ni los paneles luminosos, ni el personal de la estación.
Allí nadie decía nada.
"Total, qué más da, si quienes nos jodemos somos los usuarios", me decía un compañero de trabajo con el que coincidí.
Pasadas las 7:30, uno de los guardias de seguridad comenzó a dirigir a voces al rebaño (nunca mejor dicho) de viajeros que esperábamos, paciente, dócil y resignadamente.
Todos al andén de la vía 1, que es por donde van a pasar los trenes con dirección Villalba.
"Oiga, que en el cartel pone que en este andén los trenes van hacia Atocha", le dijo una señora al improvisado pastor.
"No hagan caso al cartel, esta línea va para Villalba".
Pasito a pasito, con los hombros acompasando nuestro movimiento y las cabezas meneándose entre la frustración y la resignación, nos encaminamos hacia el andén de la vía 1.
"Lo que haría falta es que la montáramos pero bien", decía mi compañero.
"Pues vamos a protestar, coño", le dije yo, que me animo enseguida.
"Bueno, en el cartel pone que quedan 2 minutos para que llegue el tren, así que como llegamos a tiempo a currar, lo dejamos", me dijo.
"Hombre, pero eso no es... lo suyo es protestar, pedir la hoja de reclamaciones y cumplir con nuestro deber ciudadano", respondí.
"Para lo que va a servir...", dijo.
"Da igual... hay que hacerlo, aunque pienses o sepas que no va a servir de nada... si nosotros mismos nos ponemos los límites y la censura, nos transformamos en masa aborregada, que es lo que quieren", dije.
No me respondió.
Coincidimos con otros dos compañeros más en el vagón y, cuando nos bajamos en nuestra estación, intenté convencerles para que rellenáramos una hoja de reclamaciones.
Aparte del ninguneo y la falta de información, la gota que hizo colmar el vaso fueron los empujones que el guardia-pastor daba a sus ovejas-viajeros para que entráramos en los vagones.
¿Es posible degradar más a un viajero de tren?
Parece ser que sí, porque ninguno de mis compañeros fue a presentar la reclamación.
"No hemos llegado tarde, así que, qué más da...", decía uno de ellos, el mismo que minutos antes decía que teníamos que liarla parda.
"Sois los esclavos perfectos", les dije.
Se rieron.
Claro que sí.
Igual que hacen los amos.
Pd: a la salida del trabajo me dirigí a la taquilla de la estación y pedí la hoja de reclamaciones. Perdí mi tiempo y la rellené. Llegué tarde al restaurante donde había quedado a comer con mi chica porque se me escapó mi tren, pero cumplí con mi deber ciudadano.
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