8 de febrero de 2011

Voltereitor

A Voltereitor la conocí hace millones de años o, al menos, esa es la sensación que tengo.
Era amiga de unas chicas del Bronx (aka Móstoles) que unos colegas con los que acostumbraba a salir por aquel tiempo habían conocido a través de Internet.
Esto, que hoy es tan común, en aquel entonces, a lo mejor hace diez años, era ciertamente raro.
Y no digo diferente, sino raro.
Pero bueno, como era una época en la que casi cualquier cosa valía con tal de tontear un poco, pues tampoco importaba mucho.

Una tarde de jueves, estábamos tomando unas cañas con las bronxtoleñas originales, mis dos colegas y yo, cuando nos empezaron a hablar de una amiga suya que, cuando se mamaba, se ponía a dar volteretas por los bares.
Instantáneamente fue bautizada como Voltereitor.
No sé por qué razones en mi cabeza las volteretas tenían este aspecto.
Nada más lejos de la realidad, evidentemente.

Intrigados por la existencia de semejante ser, preguntamos a las bronxtoleñas, inocentemente, cuándo podríamos conocer a Voltereitor.
Casualidades de la vida, trabajaba muy cerca de donde estábamos y salía en media hora.
Llamadita de móvil y una hora después, Voltereitor, unos amigos, unos amigos, Voltereitor, mua, mua.
Por si alguno lo dudabáis, las cañas de media tarde se nos fueron de las manos y nos mamamos como perros.

Cuando salíamos del bar, en un estado bastante lamentable, los chicos íbamos primero, las bronxtoleñas originales detrás y al final, ligeramente retrasada, Voltereitor.
No recuerdo quién fue, supongo que yo, porque siempre me ha perdido la boquita, el que se dio la vuelta y dijo, entre risas, "oye, ¿tú no eras la que dabas volteretas por los bares?"
Fue como si se hubiera activado un resorte.
Voltereitor le lanzó el bolso a una de las bronxtoleñas y, sin mediar palabra, se acuclilló y empezó la demostración.
Se recorrió diez metros de bar (por lo menos) con movimientos muy similares a estos.
El momento fue inolvidable.
Dantesco, pero inolvidable.
La mejor definición de verguenza ajena que he visto en toda mi vida.

Años después, cuando conseguí desbloquear el recuerdo y exteriorizarlo con ayuda de la psiquiatría, cada vez que contaba la historia a modo de catarsis, todo el mundo llegaba a la misma equivocada conclusión.
Anda, cómo mola, yo quiero conocer a Voltereitor.
No.
No queréis conocer a Voltereitor.
Escuchar la historia es gracioso.
Vivirla, no lo es.

La imagen que acompaña el artículo está sacada de esta página

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