8 de diciembre de 2010

Los viajes del hombre koala

Conozco un tipo que es como un koala: dormita la mayor parte del tiempo y es un solitario, salvo durante la época de celo.
A diferencia del marsupial, al tipo que me refiero esta época no le dura meses (eso quisiera), sino apenas unos días.
Además, otra peculiaridad de este ser humano es que tiene una discrepancia geográfica con la hembra con la que comparte el celo: ella vive en Londres y él, no.

Cuando llega esta época del año, este ser es como una olla a presión: se le desborda la tensión y va echando humo por las orejas.
El asilvestramiento del individuo, con forma de pelos de ceja largos como lianas (siempre que los veo recuerdo esa frase que dice "si tienes así el escaparate, cómo tendrás la trastienda") e incapacidad manifiesta para mantener una conversación que no sea a voces, ha alcanzado su máxima expresión.
El celo no sólo es inminente, sino necesario; sobre todo para la salud mental de los subordinados del ser en cuestión.

Mañana se cumplen tres semanas desde que se marchó a Londres.
La bendita paz que se respira en la oficina está a punto de llegar a su fin.
El retorno del koala está a punto de producirse y, al igual que sucedía con la insoportable historia de la tercera parte de Matrix, el bucle está punto de comenzar una vez más.
Las cejas del individuo, perfectamente delineadas y en estado de revista, comenzarán a desmelenarse a partir del próximo lunes, a medida que nuestro amigo se dedique a lo que, muy poéticamente, se definió una vez como "hacerse pajas de memoria".
Y los recuerdos, ya se sabe, son frágiles como pelos de ceja, eternos como el año que nos queda por delante hasta que salga el próximo vuelo hacia Londres y fugaces como las tres semanas que todos, los amantes allí y los subordinados aquí, hemos sido felices sin gritos ni aspavientos.

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