Ella, dieciocho añitos camino de diecienueve, él tal vez alguno más, no lo sé, quizá sólo fuera un tipo de esos que parece tener siempre unos años más con respecto a lo que indica el DNI, o a lo mejor en verdad era mayor que ella, no importa mucho para el desarrollo de la historia.
A ella la conocí mientras estudiaba un módulo de Imagen y Sonido, hace ya unos cuantos años.
Yo ya peinaba canas, no quiero decir con esto que yo fuera muy mayor en aquel tiempo porque siempre las he peinado, desde los dieciséis que me descubrí la primera.
Quiero decir que muchas de las cosas que la escuchaba, a ella y a otros compañeros de su quinta, yo ya hacía tiempo que las había vivido, lo que me permitía tomar cierta distancia y adoptar esa actitud tan estúpida y humana, entre paternalista y sobrada, que toman los que tienen más años que otros cuando se habla de temas de los que los unos hace tiempo que dejaron de preocuparse.
Mi compañera se abrazaba a su chico, el que aparentaba ser mayor que ella, y al que rápidamente comprendí debido a mi cabello canoso que siempre me ha hecho aparentar más años de los reales, no así ahora que mis canas dicen exactamente la edad que tengo, ni un sólo año de error.
Ella decía, entre beso y arrumaco y trago a la cerveza y panchito mascado con avidez, que después de lo que habían pasado, sabía que iban a estar juntos siempre.
Nada podía ya separarles, me insistía.
"Sin ánimo de ser aguafiestas, la vida es muy puta y, si te crees que lo habéis pasado mal y que nada os va a separar ya, agárrate porque os quedan muchas curvas por pasar", dije yo, pedante e insoportable y, por supuesto, aguafiestas, como siempre.
Al año siguiente, el segundo de los que componían esos estudios, mi compañera lucía nuevo novio y del envejecido junto al que ella pretendía envejecer a la luz de la chimenea (esto lo añado yo, ella nunca mencionó fuegos de ningún tipo) nunca más se supo.
Sonreí con esa sonrisa que te da la experiencia, nunca confundir con la que te da la sabiduría, pues esta última suele ir acompañada de humildad y rara vez sonríe y menos aún con esa superioridad tan irritante.
El amor adolescente nunca es eterno.
Es precioso, utópico, ardiente, apasionado, exploratorio y, sobre todo, maravillosamente breve.
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