19 de julio de 2010

Detrás del pulpo Paul

Hecho número 1: los octópodos alemanes prefieren comer mejillones españoles a partir de semifinales, cuando la cosa se pone calentita de verdad, antes que los de cualquier otra nacionalidad. El dato se extrapola de las andanzas del famoso Paul (oh, sorpresa, ya tiene su apartado en la wikipedia), cefalópodo de nacimiento y vidente futbolístico de profesión.

Hecho número 2: después de que los pronósticos de Paul se hicieran realidad, he tenido noticias de dos iniciativas (seguro que hay mil más), una que pretende adquirirle para exhibirle en el zoo de Madrid y la otra que le ofrece un retiro en aguas españolas. Imagino que ambas surgen como agradecimiento por los servicios prestados.

Conclusión: de todos es sabido que los alemanes son capaces de realizar todo tipo de arrumacos de índole amatoria con cualquier organismo vivo, animal o planta, que se encuentre cerca de su zona de influencia, especialmente cuando abandonan un bar después de haberse ventilado tres o cuatro barriles de cerveza por bigote. Sin embargo, cuando la cosa se pone seria y calentita de verdad, es decir, a partir de semifinales, si el alemán puede, rechaza otro tipo de alimentación que no sea la española. O sea, cuando hay posibilidad real de clavar, auf wiedersehen, frauleins.

Moraleja de la historia: da igual lo que produzcan los alemanes porque nosotros se lo vamos a comprar. Y si añaden grandes dosis de estupidez al asunto (como es el caso), el éxito en nuestra sociedad está garantizado.

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