He soñado con muchas cosas, supongo que como cualquier hijo de vecino.
He soñado con cosas divertidas y con cosas tristes.
He soñado en color y en blanco y negro.
He soñado en castellano y también en inglés, francés e italiano.
He soñado que me mataban y que salía de mi cuerpo en plan fantasma súper chungo con más ansias de venganza que Charles Bronson.
Una vez tuve un sueño erótico con Massiel, y no con la Massiel del la-la-la, sino con la del gintónic contemporánea.
Cuando se lo conté a mis colegas se descojonaban vivos.
De nada sirvió mi sueño subsiguiente con Pamela Anderson retozando como mandriles en celo. Mi noche de sexo onírico con Massiel me acompañó desde entonces y nada puede hacer para remediarlo.
Sin embargo, nunca había tenido sueños con olor hasta esta pasada noche.
Los caseros nos querían desahuciar y, ni cortos ni perezosos, nos defendimos a pedos.
Levantábamos los culos como si de catapultas se tratara y comenzamos a defender nuestro hogar con pedos anti-persona.
Pedos de todos los tipos salieron de nuestros orificios traseros.
De los que queman, de los que hacen que la tortuguita saque la cabeza, de los que dejan anchoíta en la ropa interior, de los que asustan, de los asesinos silenciosos, de los que rompen los mueles del sofá y de los que se sienten vibrar como un mensaje en un móvil.
Porque, como dijo Churchill, debíamos defender nuestra casa, costara lo que costara.
Desperté medio muerto y aún mareado.
Pero lo conseguimos.
Defendimos nuestra casa.
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