
Tercera entrega de la segunda trilogía de
La Guerra de las Galaxias, la que finaliza la saga moderna, en la que
George Lucas intenta atar todos los cabos sueltos para que la trilogía clásica, que comienza a partir de donde termina ésta, mantenga todo su maravilloso sentido.
Veredicto del Sobaco: estoy convencido de que, si esta película no tuviera el apellido de
La Guerra de las Galaxias, hubiera pasado sin pena ni gloria o, en todo caso, con algún tomatazo que otro. Por decirlo de una manera más o menos suave, esta película supone, en mi opinión, la ruptura definitiva de
George Lucas con la realidad cinematográfica. La película es excesiva en todos los sentidos, pareciendo en la mayor parte de su metraje
un gran catálogo de merchandising audiovisual.
Lucas muestra veinte bichos raros donde uno hubiera sido suficiente, enseña cincuenta naves donde sólo caben cuatro, filma diez planetas con pelos y señales cuando con dos hubiera bastado y crea cuatro personajes malvados para una historia que sólo necesita uno. Esta
sobredosis de efectos especiales hubiera podido ser disculpable si la historia hubiera compensado de alguna manera pero, precisamente, es donde más flojea la cinta.
Lucas sigue siendo un maestro de la composición de los cuadros pero, en este caso, la parte narrativa, que también domina a la perfección, le quedó muy muy flojita. Sólo la secuencia en la que muere
Anakin Skywalker y nace
Darth Vader merece la pena. Pero claro, para ello hay que soportar casi dos horas y media de rollo macabeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario