29 de abril de 2010

Canchas de barrio

Ayer por la tarde fui a pegar unas patadas al balón a una cancha del barrio con un compañero de trabajo que además es vecino.
Creo que era el único blanco que había allí.
Lo digo a título informativo porque, la verdad, llevo jugando toda la vida en canchas de barrio con todo tipo de gente y jamás he visto una pelea.
Puede haber despliegues de plumaje o discusiones más o menos acaloradas pero, si uno dice que ha sido falta, se pita esa falta y nunca llega la sangre al río.

Aunque bien es cierto que no se suelen pitar muchas faltas.
Tal vez porque se aplica esa regla no escrita del fútbol callejero que dice que "si no hay sangre, no es falta".
En las canchas de barrio se respira una atmósfera mucho más civilizada que la que se respira en el Congreso.
Tal vez porque ahí nos vemos todos las caras y sabemos que no somos ni más ni menos que el de enfrente.
Y entre todos los moros, panchitos, negros, gitanos, rumanos y macarras ibéricos se forma una especie de civilización primitiva y utópica en la que el respeto por el vecino nunca se pone en duda, en la que todos los allí presentes gozamos de los mismos derechos y obligaciones y en la que, por encima de todo, el diálogo es la única vía para solucionar todos los problemas.
Una pena que fuera de la cancha nos olvidemos de todo y volvamos a la puta selva cotidiana donde lo único que importa es la supervivencia individual, cueste lo que cueste.

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