Es cierto que a las 7:15 de la madrugada, incluso el susurro más tierno puede llegar a molestar, por lo que os podréis hacer una idea de a lo que me refiero.
Podrá venir lo que sea de fuera, con el perfil no bajo, sino profundo, que a una choni ibérica, a chabacana no la gana nadie.
No falla, oye.
Ni los sudamericanos que, en general, están muy bien educados, ni los del este que, pese a ser bastante gritones, aún están a bastantes años de luz de ellas.
Ni siquiera los dominicanos, que en la escala educativa están en el penúltimo peldaño llegan al nivel de decibelios que alcanzan las verduleras ibéricas.
A las horas a las que yo me subo al tren pocos premios Nobel se suben, hay que admitirlo.
Mucho perfil bajo y mucho currela de infantería, junto con gente medianamente normal (por lo común) como servidora.
El silencio y la calma permiten leer un libro salvo cuando, ay amigo, llegan las chonis gritonas.
No me refiero a las veinteañeras con sus pelos de dos colores, sus pantalones de chándal de sordomudas y sus pinchos castigados en un lado de la boca.
No.
Me refiero a las profesionales, a las madres de este pobre intento de choni que son estas veinteañeras.
Ellas se suben al vagón y la paz se va al carajo.
Olvídate del libro que estás leyendo y prepárate a enterarte de la vida de la hija de la vecina de una prima de su amiga Paqui... sí, mujer, que se casó con un bombo mu gordo... ah, sí, hija, sí ya caigo, una mu fea que tiene los dientes mu mal puestos... ésa, ésa... sí, chica, sí, ya me se viene la imagen a la cabeza...
Cierras el libro y sacas el reproductor de mp3, rezando para que la pila aguante al menos 10 minutos porque si no tienes muy claro que vas a cometer o un suicidio sencillo o un asesinato múltiple.
Mierdapaís, coñio...
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