Desde que el ser humano inventó el peor invento de su historia, las religiones, ha estado buscando manifestaciones del Mal por doquier.
Brujas quemadas en las hogueras, profecías que vaticinaban la llegada del Anticristo, sortilegios, aquelarres, biblias negras, cabras en celo, papas revenidos o canciones de melenudos que al reproducirse al revés cantaban las alabanzas del Diablo.
Signos de la existencia del Demonio, decían.
Qué equivocados que andaban.
No se les ocurrió mirar en Filipinas.
Hubieran terminado mucho antes.
Esta mañana, a eso de las 7:30 de la madrugada, mientras hablaba con un compañero de curro de camino a la mina, ambos hemos tenido una revelación.
La Preysler es el Mal.
Ella, cuyo único oficio conocido es el de, cómo podría expresarlo sin escribirlo abiertamente, geisha de lujo, ha poblado el mundo de engendros salidos de sus entrañas.
Estas abominaciones inhumanas son la encarnación del Diablo, los hijos de Satán.
Da igual quién aporte el otro 50%, ella lo pervierte todo.
En el hipotético caso de que el Rosen hubiera tenido un hijo con ella, éste también hubiera sido un pijazo de la peor calaña.
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