La semana pasada fuimos a nuestra primera clase de tango.
El resultado fue absolutamente desalentador pero, como ambos andamos muy escasos de vergüenza, hoy acudimos a nuestra segunda clase.
Sabemos que nuestros progresos van a ser tan lentos como los de un calamar aprendiendo a sumar pero no desesperamos.
Las enseñanzas y correcciones sobre nuestro modo de andar nos llegan más de treinta años tarde pero no nos importa.
El amor puede con todo.
Incluso con nuestra falta de oído musical.
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