En el Informe Semanal de esta semana, uno de los pocos programas de televisión que, muy de vez en cuando, aún se pueden ver sin que se revuelvan los higadillos, han emitido un reportaje tremendamente interesante sobre el barrio valenciano de El Cabanyal.
Barrio formado por las casitas bajas que los pescadores de la zona, entre finales del siglo XIX y principios del XX, fueron levantando y decorando según el gusto modernista de la época, con mosaicos y vivos colores, ahora se ve amenazado por las fauces voraces e insaciables del urbanismo levantino.
El Ayuntamiento de Valencia, desde hace más de 20 años, está intentando ampliar una avenida, la de Blasco Ibáñez que, casualmente, atravesaría todo El Cabanyal, actualmente convertido en un foco de marginalidad. Los vecinos de la zona piden rehabilitación, no destrucción, a través de una plataforma que lleva defendiendo el barrio desde hace muchos años. El Ayuntamiento y la Generalitat sólo quieren meter excavadoras y empezar a demoler, pese a que las viviendas han sido declaradas bienes de interés patrimonial.
Para más inri, el concejal de urbanismo del ayuntamiento, con esa pinteja que tienen todos estos indeseables, afirma que a los vecinos de la zona que haya que realojar se les proporcionará una vivienda en las mismas condiciones económicas que las que tienen en la actualidad. Respondía una vecina que, si ella ya ha pagado su casa al completo, esos 50 metros cuadrados eran de su propiedad, suyos y de su familia. El concejal, con esa sonrisilla que estos desgraciados lucen con tanta impunidad, afirmaba que para los propietarios sí iba a haber una nueva vivienda pero, si los herederos querían seguir con ella, tendrían que pagarla.
O sea, un tocomocho en toda regla. No sólo te voy a expropiar de manera forzosa y me voy a cubrir los dos riñones con la especulación posterior sino que, además, te robo tu propia casa, cuando tú ya la has pagado, y obligo a tus herederos a volver a pagar por algo que ya habían comprado sus padres.
Y todo esto, sin que al concejal en cuestión se le alterara el gesto en lo más mínimo.
Aparte, otra tipeja del Patrimonio Valenciano, afirmaba que desde Patrimonio Nacional se habían extralimitado en sus funciones, invadiendo su autogobierno y su autogestión.
No, hija, no.
Si os pasáis por el forro las indicaciones que os vienen desde la máxima autoridad competente, nadie se está extralimitando. Es decir, si vosotros anteponéis vuestros negocios urbanísticos a las directrices de conservación del patrimonio el cual, por cierto, no es única y exclusivamente valenciano, sino de cualquiera que visite Valencia, la máxima autoridad competente tiene el derecho y el deber de poner freno a vuestras tropelías.
O al menos, intentarlo porque, como siempre, habéis sacado un decreto ley para poder hacer lo que os salga de las santas narices.
Todos estos fascistas que van presumiendo de sus amores por la tierra que pisan y la defensa de lo suyo y el mantenimiento de la unidad territorial, siempre hacen lo mismo.
A ellos se les llena la boca con esa supuesta defensa de lo suyo y lo tradicional que es, verbigracia, una corrida de toros, un pasodoble, ir a misa los domingos o despedir a los trabajadores de la manera más gratuita e indigna posible.
Eso sí, cuando se trata de conservar un barrio, una tierra o un paraje que, al fin y al cabo, es lo que nos puede dar esa identidad de lo que somos, con lo que todos nos podemos sentir identificados, este hatajo de desgraciados siempre optan por llenarse los bolsillos.
Y curiosamente, el que termina por defender lo suyo es el que tiene una mentalidad social, ése que nunca da su voto a esta panda de ladrones, ése que termina pringándose por lo que ama, ése que sufre todas las consecuencias, ése que es el que termina sacando las cosas adelante, ése al que le arde la sangre cuando escucha a todos estos hijosdeputa, ése al que un buen día, y esperemos que no tarde mucho en llegar, se le van a terminar de hinchar los huevos y va a montar la de San Quintín.
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