
Porque el Metro de Madrid es uno de los mejores del mundo.
O eso dicen ellos, los mangutas que lo gestionan, claro.
Bueno, sí, para ellos sí que es uno de los mejores del mundo.
Se encontraron con unas infraestructuras construidas con dinero público que, de repente, por arte de birlibirloque y gracias al Bigotes y todos sus secuaces, se ponen en las zarpas miserables de empresas de coleguitas, como las de las Koplowitz y la de Florentino Pérez (por citar sólo dos ejemplos) que, por supuesto, piensan en el servicio público por los cojones, que para eso los tienen cuadrados, suben los precios de los billetes y abonos mensuales hasta tres veces en un mismo año (el 2009, para los desmemoriados), mantienen unos sueldos propios de la sociedad más esclavista que cabría imaginar y proporcionan un servicio al usuario tan paupérrimo que, cuando uno ve que faltan 7 minutos para que llegue su tren, un lunes laborable a primerísima hora de la mañana, lo que le pasa por la cabeza son mil maneras diferentes de mandar a criar malvas a los mangutas que manejan el cotarro y a los robaperas que se lo entregaron, aka los secuaces del Bigotes, aka los cachorros de la zorra.
Metro de Madrid, vuela, dicen los carteles publicitarios.
Vuela, es cierto.
El dinero.
Desde tu (nuestro) bolsillo al riñón de los mangutas.
Y no hacemos nada para impedirlo.
Sólo pataleamos y tampoco lo hacemos con mucha fuerza.
Y eso a ellos se la trae bien floja.
¿Hasta cuándo podrán seguir teniéndonos totalmente anestesiados?
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